viernes, 1 de noviembre de 2013

La Ilustración: asalto al cielo

Cada acontecimiento de la historia humana puede considerarse como el resultado de una determinada situación, reconstruyendo causas remotas y próximas de la misma, o como expresión ejemplar de instancias presentes de modo constante en la historia.

Ilustracion
Denis Diderot (1713-1784), filósofo francés encargado del proyecto de la Encyclopédie, que anticipó las ideas innovadoras de la Revolución.

La Ilustración es sin duda un excelente ejemplo de esta ambivalencia. Fue un fenómeno histórico y cultural tan fundamental de la historia europea del siglo XVIII, que ha llegado a convertirse en una "categoría del espíritu", una de las formas constantes y recurrentes del pensamiento humano.

Acaso el modo más claro para describir la Ilustración sea decir que fue el siglo en que se formó la idea de modernidad, aquel conjunto articulado de elementos culturales, económicos y políticos dentro de los cuales habitamos todavía y que pueden recapitularse en tres grandes acontecimientos: la revolución económica del capitalismo, la política que dio forma al estado moderno y la revolución filosófica de la crítica racional.

El capitalismo, o mejor, el modo de producción capitalista, mantiene una estrecha relación con la Ilustración. Para desarrollar plenamente su poder el capitalismo necesitaba una total libertad de acción para el individuo particular: vínculos religiosos, comunidades autosuficientes, complejos sistemas fiscales, dependencias feudales, etc., constituían otros tantos obstáculos que debían eliminarse. La Ilustración tuvo en primer lugar un propósito destructivo respecto a todas las formaciones sociales no capitalistas, que se expresó como ideal de libertad individual.

Por otro lado, la organización social y la gestión del poder político tenían que reformarse necesariamente. La separación entre grupos dirigentes (el clero y la nobleza agrupada en torno a la corona) y la clase que ostentaba el poder económico (la burguesía) eran un obstáculo para una función esencial del estado moderno: conseguir la acumulación de riqueza suficiente para impulsar el desarrollo de las empresas capitalistas. Era necesario que la burguesía participase directamente en la dirección del estado, tomase el poder político.

He aquí el segundo fenómeno citado: la revolución política -simbolizada en la Revolución francesa de 1789- a través de la cual se impone el régimen de democracia representativa. Desde este punto de vista, la Ilustración fue un momento revolucionario y progresivo fundamental: las libertades individuales y la igualdad formal frente a la ley son conquistas definitivas y muy valiosas. Pero para obtenerlas fue necesaria una alianza particular, fue necesario que junto a las palabras de orden, libertad e igualdad en los estandartes de la Revolución se izase también otro término: fraternidad. El capitalismo iba creando dos nuevas clases de intereses opuestos e irreductibles, la de los propietarios de los instrumentos necesarios para la producción (máquinas y fábricas) y aquellos que en el proceso de producción sólo ponían su trabajo. Sin embargo, paradójicamente estas dos clases, en inconciliable lucha, se encontraron en la misma parte en la distribución de los organismos, económicos pero sobre todo políticos, todavía expresión de la estructura social medieval y comunal. La victoria fue completa, pero la contradicción no se resolvió sino que se mantuvo y fue casi ocultada por el mundo de la cultura y la filosofía. Las ideas que guiaron a la Ilustración fueron críticas respecto a las viejas formas sociales, y universalistas en las nuevas. Hicieron referencia a valores válidos para todo el mundo y en cualquier lugar. Pero es evidente la ambigüedad de algunas palabras de orden. La igualdad, por ejemplo, tiene determinados aspectos formales, pro los que cada individuo es igual a los demás frente a la ley, y otros sustanciales, que denuncian cómo la igualdad de trato frente a la disparidad de los puntos de partida sólo es aparentemente justa; el jurista y el analfabeto, ¿son verdaderamente iguales frente al código de las leyes que uno maneja perfectamente y el otro ni siquiera comprende?

La Ilustración no fue, en definitiva, el final de la historia, sino más bien un campo de batalla en el que la humanidad, con todas sus divisiones y esperanzas, intentó una empresa magistral, en cierto sentido la aspiración eterna: decidir y construir por sí misma su futuro. La Ilustración fue la época de la razón entendida como facultad, de la que todos estamos dotados, de comprender las alternativas, juzgarlas correctamente y decidir en libertad cuál elegir. Fue la época de la crítica a toda obediencia que no estuviese fundada en motivos válidos. Período en que las mismas palabras no significaban las mismas cosas, y en que, con el acuerdo general de tener que destruir el viejo mundo, se disentía sobre el cómo y el porqué y sobre qué debía ocupar su puesto.

La Ilustración se disponía a asaltar el cielo, intentaba llevar el sentido de la historia a manos del hombre, y conectar esas manos lo más estrechamente posible con la razón; en plena batalla, la Ilustración, caso rarísimo, "sabía", se podría decir, que era ilustrada, que se oponía a siglos en los que más que razonar se obedecía, más que pensar se temía, y sobre todo, no se tenía el valor de conocer, de mirar la realidad. La razón debía sustituir finalmente a todos los dioses, verdaderos o falsos. Pero aquel "cielo" símbolo del lugar donde la humanidad coloca todo lo que le asusta y no logra dominar, no se dejó conquistar sin defenderse. Ya no deben existir dogmas religiosos ni miedos, sino razonamientos sobre el bien y el mal, sobre Dios y las religiones; ya no debe ser la autoridad de los antiguos la que guíe el saber, sino la investigación libre de los científicos; basta de ideas fantásticas sobre el origen del mundo y del pensamiento, que cederán su lugar a un apasionado análisis de lo que la experiencia nos muestra junto con la razón. Pero, como se ha dicho, ¿qué razón?, ¿quién imponerse a la razón a todos por su bien?, ¿cómo estar seguros, en definitiva, de que la razón tenga siempre razón?

Se descubre así un lado inesperado de la Ilustración: el temor de que la razón destructora de todos los mitos, instrumento infalible del progreso humano, juez último de lo verdadero y lo falso, sea ella misma un mito, una pretensión sin soportes válidos, una presunción peligrosa. A lo largo de estas dos directrices, la del orgullo por las posibilidades y las conquistas efectuadas por la razón humana, y la del temor a caer en el reino del dogma en la dictadura de la lógica, se sitúan con diferentes planteamientos los filósofos de la Ilustración.

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