jueves, 31 de octubre de 2013

Giambattista Vico

Cuando una nueva ciencia entra a formar parte del conocimiento humano, cuando se abre un nuevo ámbito de reflexión, asistimos por lo general a una revolución de gran parte del mundo cultural. Hemos visto, por ejemplo, cómo la sustitución de la física y la astronomía aristotélicas constituyó un elemento continuo de la reflexión filosófica de los siglos XV y XVI, y cuán importante fue el nacimiento de la ciudad-estado griega para la llegada de la sofística. Habitualmente estos movimientos son paralelos y circulares en el sentido de que las evoluciones sociales y las revoluciones culturales están unidas por una relación de reciprocidad causal, sin poder establecer, a no ser caso por caso, las causas, prioridades y relaciones.

Giambattista Vico
Giambattista Vico (1668-1744), de formación autodidacta, fue preceptor privado. Nombrado profesor de elocuencia en Nápoles, ocupó después el cargo de historiógrafo real.

Una excepción parece ser la filosofía del italiano Giambattista Vico (1668-1744). De familia humilde aunque no carente de cultura, tendencialmente extraño al clima innovador que preparaba la revolución ilustrada, y sin abandonar nunca su región natal, la Campania, Vico logró proponer, si no una nueva ciencia, un modo nuevo de tratar una ciencia vieja: la historia humana.

Fue en cierto sentido su "atraso" cultural, el haberse dedicado más a los textos clásicos que a los nuevos filósofos de la ciencia y de la razón, lo que constituiría para Vico una ventaja: la tradición de las buenas letras, de la filología y de los historiadores antiguos lo situó en una posición privilegiada para criticar algunas afirmaciones de la nueva actitud científica. La investigación empírica, sostuvo, el método deductivo y la matemática van bien para los objetos de investigación pertenecientes al mundo físico, que el hombre se encuentra delante tal como son. Pero, ¿y la historia?, ¿la vida civil y la elocuencia?, ¿son ellas también investigables por vía matemático-deductiva?, ¿cómo puede reducirse el sentido de la existencia humana a una fórmula, a la razón cartesiana, ordenada, clara y distinta?

Lo verdadero, afirma Vico, no es sólo la descripción de lo que existe: lo verdadero es también, en el mundo humano, lo hecho (principio de la identidad del verum y del factum). La naturaleza ha sido creada por Dios y sólo Él puede conocerla plenamente. ¿Por qué entonces nos dedicamos tanto al estudio de la física y la matemática y tan poco a indagar de dónde viene el hombre y adónde puede ir? Conocer, para Vico, con claras reminiscencias platónicas, significa saber hacer o haber hecho, y no se limita al ejercicio de describir. Pero el hombre se "hace" sobre todo a sí mismo, "hace" su historia. He aquí, pues, que la verdadera ciencia humana, la más importante, es la historia. Y, todavía más relevante, conocer la historia significa saber cómo ha sido hecha y por tanto saber hacerla.

Esta Ciencia nueva (título de su obra principal publicada en tres fases entre 1725 y 1744) debe consistir en dos partes. En una se reconstruyen todos los acontecimientos, las fuentes y los nombres (filología, siguiendo a Vico); la otra debe estar en condiciones de dar sentido a la recogida de datos, construir lo verdadero, y por consiguiente a ella le corresponde el nombre filosofía. Esta filosofía de la historia se desarrolla según una ley fundamental: el individuo en su evolución recurre todas las fases de la historia humana en general. Del mismo modo que el hombre desarrolla primero el sentido, después la fantasía y finalmente la razón, así nosotros podemos dividir la historia de los pueblos en tres momentos principales: la época de los dioses, la de los héroes y la de los hombres.

En su origen la humanidad estaba totalmente presa de los sentidos; casi como bestias, escribe Vico, los hombres podían sentir, pero no comprender ni explicarse lo que sucedía. Lo maravilloso y lo pavoroso ocupaban toda la naturaleza, y los hombres desarrollaron entonces el "terrorífico pensamiento de las divinidades". Es la edad de los dioses, la fantasía. Todo el universo parece habitado por dioses que rigen su curso y tienen poder de vida y de muerte sobre los hombres. Se originan los primeros mitos y los primeros y elementales ritos, procedimientos para obtener la benevolencia de los dioses. De la fantasía nace también el lenguaje. No se trata de un sistema de signos, sino casi la natural expresión de todas las imágenes, magníficas y espantosas, que la poderosa fantasía de los hombres les sugería. Los primeros pueblos son poetas con ánimo perturbado y conmovido. Es la edad de los héroes, de las grandes empresas conducidas por el coraje y la imaginación, con la fuerza y una visión poética (emotiva, para Vico) del mundo, más que con la razón y la inteligencia.

Finalmente, llega la edad de los hombres, el estadio de la razón, cuando el hombre intenta explicarse la naturaleza con las ciencias y la matemática, y a si mismo con la historia. Pero el curso de los acontecimientos no está concluido de modo definitivo. Se da en Vico una concepción del tiempo más parecida a la idea griega del ritmo universal que a la cristiana progresión rectilínea hacia el reino de Dios. La edad de la razón lleva consigo los signos de la crisis, del exceso de razonamientos y presunción, de sutilezas inútiles y de la debilidad de los sentidos. El curso de la historia tiende a volver (recurso) a una edad similar a las anteriores. Es ésta la expresión del pesimismo de Vico, la idea que la historia de los pueblos es la vida misma del universo, su ritmo, y de que, por tanto, nunca puede concluirse, sino que siempre debe comenzar y continuar.

Sobre el círculo de la historia reinaría la providencia divina. Peor es una providencia que no dirige el curso de la historia sino que se limita, como la razón para Hegel, a aprovecharse de lo que los hombres hacen y deshacen para preparar sus planes desconocidos.

La historia humana es, para Vico, "humana hasta el fondo", y su verdad es, para el hombre mismo, la más importante.

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