lunes, 4 de noviembre de 2013

Voltaire y los enciclopedistas

El espíritu divulgador de la Ilustración se hace patente en la figura del español Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764) cuyos ensayos trataban de elevar la cultura del pueblo al tiempo que posibilitaban un espíritu crítico. Junto a él destacan otros ilustrados españoles como Francisco Caburrús (1752-1810) y Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811). Pero el proyecto ilustrado alcanzará su punto más alto con los pensadores franceses Denit Diderot (1713-1784) y Jean Baptiste d'Alembert (1717-1783), principales responsables del proyecto de una enciclopedia de todo el saber, la famosa Encyclopédie. Diderot, autor de numerosas obras de carácter filosófico, histórico-económico, social e incluso poético, fue el único redactor de la Enciclopedia que siguió su elaboración hasta el final, a pesar de las numerosas condenas a las que fue sometida y las dificultades económicas a las que tuvieron que hacer frente a sus intrépidos redactores. Agrupó en torno al proyecto a las mejores mentes europeas -de Rousseau a Voltaire, Raynal y Quesnay- y desarrolló una intensa actividad cultural en defensa de una concepción laica de la naturaleza y del desarrollo humano, tolerante y moderadamente escéptica frente a posiciones maximalistas o espiritualistas

Voltaire
El filósofo francés Voltaire (1694-1778) en un retrato en mármol de J.-A. Houdon. Voltaire, autor del célebre Diccionario filosófico, combatió el dogmatismo, la superstición y la intolerancia.

D'Alembert fue en cambio la mente científica de la Enciclopedia, además de ser redactor del artículo de presentación. Científico dedicado a la física y a la matemática, fue el representante de una filosofía empirista, de planteamiento lockiano, adversaria de toda doctrina metafísica y dogmática.

François-Marie Arouet (1694-1778), conocido como Voltaire, si bien portavoz de la Ilustración no oculta una buena dosis de pesimismo. Agudo polemista, filósofo, político y artista, crítico de las ideas preconstituidas y fustigador de toda estupidez y mezquindad de ánimo, inspirador asimismo de los philosophes, Voltaire condujo en primera línea la batalla en favor de la luz natural (de aquí el término "ilustración") contra los privilegios, las supersticiones, las fingidas sutilezas de los filósofos, la arrogancia del poder político y la moral ascética; abreviando, contra todo lo que derivaba su autoridad del hecho de existir y no de un examen racional. Pero precisamente por este motivo aparece a menudo en sus escritos un tono menos seguro, la duda de que la razón se vuelva también contra sí misma y se corra el riesgo de sustituir los dogmas por otros igualmente violentos.

La actividad filosófica de Voltaire se inició, tras una educación jesuita y frecuentar los círculos libertinos de París, siguiendo los principios del empirismo de Locke (absorbidos durante una estancia en Londres), en el que el filósofo francés veía una vía cierta para deshacerse definitivamente de las fantasías metafísicas del racionalismo del siglo XVII (Descartes sobre todo). La fogosidad de Voltaire en su defensa de las tesis empiristas le valieron la condena pública y la quema de sus obras, pero tras un período de exilio volvió al compromiso social y redactó lo que puede considerarse su obra maestra, el Diccionario filosófico (1764) donde, además de contener numerosas y violentas polémicas -por las que la prosa de Voltaire se hizo famosa- contra la intolerancia, las supersticiones y el dogmatismo en materia de ciencia y filosofía, se sientan las bases para una historiografía laica, que abandona la perspectiva providencialista cristiana y se deja conducir con espíritu crítico, libre de prejuicios, tanto en los textos sagrados como en las interpretaciones de los cambios de costumbres, técnicos y económicos, entendidos como auténticos documentos históricos. Autor también de afortunadas obras teatrales (Cándido, 1759), Voltaire se sumió en el pesimismo tras el trágico terremoto que devastó Lisboa en 1755 y que le inspiró un poema en el que abandona la idea de una posibilidad infinita de progreso para la humanidad, recogiéndose en una conciencia piadosa y solidaria de la condición humana.

Es en este período cuando el espíritu crítico y polémico de Voltaire se vuelca contra las teodiceas de Leibniz y, en general, contra toda forma de antropocentrismo, contra toda visión del mundo que ponga al hombre como príncipe de lo creado, olvidando su fragilidad física y la miseria espiritual intrínseca de la humanidad.

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