En el último siglo de la edad media las transformaciones sociales generadas por el paso a una economía mercantil se acompañan de un fuerte compromiso político de la Iglesia y, filosóficamente, de una radicalización del choque entre aristotélicos y agustinianos, según dos direcciones distintas; una hacia la profundización de cuestiones filosóficas, que conllevan notables consecuencias políticas, y otra de compromiso civil, basado en profundas elaboraciones culturales.
Juan Duns Escoto. |
Juan Duns Escoto (h. 1266 - 1308) fue sin duda el representante por excelencia de la primera tendencia. Negándose a alinearse en la contienda entre seguidores de Aristóteles y de Agustín, se esforzó en profundizar en las distinciones lógicas para superar la contraposición. El ser es, para Escoto, la esencia de toda realidad, de todo ente, antes de ser esto o aquello, simplemente "es", recibe de Dios (Ser infinito) un ser finito.
Al ser de los entes se le añaden después las formas (el ser un "caballo", un "hombre" o un "triángulo"). Estas formas, que son los modos con que el ser es conocido por el hombre, se distinguen a su vez posteriormente, ya que todos los hombres son hombres pero ninguno es idéntico al otro. Es necesario entonces que ser además de asumir formas se concrete después en individuos particulares, cada uno de los cuales, aun teniendo todos la misma forma, es "este hombre" (Marcos, por ejemplo) y no "otro" (Juan). Del hecho de que esta cualidad no pueda indicarse más que diciendo "éste", deriva también el nombre que le dio Escoto: "haecceidad", en latín haecceita, (de haec, "esto") denominado también "principio de individuación" porque identifica en el interior de un género (la humanidad, por ejemplo) un elemento particular.
Adversario de Escoto fue Guillermo de Occam (h. 1285 - h. 1349). Tras estudiar en la Universidad de Oxford, donde fue bachiller en teología, enseñó en algunas escuelas de la orden franciscana a la que pertenecía, Occam se trasladó ante la curia papal de Aviñón, llamado a responder a la acusación de herejía. Huyó de Aviñón con un grupo de franciscanos críticos del papa Juan XXII. Primero se dirigió a Italia y después a Munich, donde murió.
Occam es reconocido como el iniciador de la "vía moderna", el nuevo modo de hacer teología y filosofía que hallará plena aceptación en la edad moderna. Ya que creemos que Dios es omnipotente, razonó Occam, debemos aceptar que puede hacer todo lo que quiere. Puede, por ejemplo, cambiar las leyes de la naturaleza y crear leyes nuevas, de modo que las viejas queden anuladas.
Pero también puede crear todas las cosas concretas una por una, sin necesidad de formas o esencias, es más, formas y esencias no existen de hecho; son simplemente etiquetas, nombres, que los hombres dan a sus sensaciones para recordarlas con mayor facilidad, y ciertamente no valen como conocimiento científico. Ni siquiera es cierto el principio, que parece el más indudable, de causa y efecto: ¿qué podría oponerse a Dios si Él quisiera suspenderlo?
Estas argumentaciones de Occam, que resultan paradójicas, pero sólo en apariencia, constituyen las bases para una total sumisión de la ciencia a los dogmas de la religión. Cuando mayor es la distancia entre las verdades de fe y la investigación científica, más amplia será la libertad del investigador en plantear hipótesis sobre las sustancias y las leyes que rigen el universo. El científico puede incluso admitir que ninguno de los presupuestos en que se basa su investigación (las leyes de la naturaleza, la causa y el efecto, etc) sea válido.
El occanismo se desarrollará sobre todo como lógica, como ciencia de los "nombres" que el hombre utiliza para recordar las sensaciones, y no en una mística contemplación de la voluntad de Dios.
No es casual que el propio Occam tomara posiciones, en la lucha que contrapuso ásperamente los poderes laico y eclesiástico, decididamente a favor del imperio y contra la pretensión del papado de gobernar: ¿según qué principio habría podido regirse la Iglesia si hubiera tenido que obedecer a un Dios como el imaginado en las ideas de Occam?.
Pero estamos ante un momento de cambio. Se observan los últimos rescoldos de la mística medieval, representados de modo casi exasperado por el dominico Johannes Eckhart (h. 1260 - h. 1327). El maestro Eckhart es el mayor representante de la mística alemana y defensor de la teología negativa, según la cual no se puede tener conocimiento positivo de Dios -descripción de su ser- sino sólo una aproximación por vía de negaciones, afirmando todo aquello que Dios no es (no es finito, no es mortal, no está en el tiempo, etc.). Se van abriendo camino la idea y el deseo de restituir al hombre las riendas de su destino, y el sentimiento de la urgencia de dos grandes obras: la reforma moral de la Iglesia y el retorno a la lectura directa de los clásicos griegos y latinos; en definitiva, reflexionar sobre las experiencias de la humanidad y actuar en la vida concreta.
Aquí se encuentran los italianos Dante, Petrarca y Coluccio Saluti, quienes sientan las bases del período que recibe el nombre de Renacimiento.
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