viernes, 20 de septiembre de 2013

Nominalismo y realismo: el problema de los "universales"

La gran batalla filosófica de la edad media, y un buen ejemplo de ello, fue la desarrollada en torno al problema de las universales (las ideas platónicas o las esencias de Aristóteles). Los nombres que damos a las cosas, los conceptos que utilizamos, ¿son sólo fruto de nuestra inteligencia?, o ¿existen independientemente de nosotros? Pedro Abelardo (1079-1142) fue, junto con Roscelino (1050-1120), el principal defensor de la solución nominalista. Según este planteamiento los conceptos no tienen existencia fuera de la mente humana, son puros nombres (de ahí el término "nominalismo"), y se podría muy bien establecer definiciones diferentes y llamar, por ejemplo, al color sonido y al sonido color y nada cambiaría. No existe, por lo tanto, una esencia de las cosas depositada en el concepto, y el hombre debe juzgar sobre cada realidad según la experiencia y no sólo confiando en las capacidades racionales de poder deducir del concepto la realidad de la cosa. De un soberano, o de cualquier otra autoridad civil, moral o religiosa, por ejemplo, no puede decirse qué es, y por consiguiente si es lícito o no, reflexionando sólo sobre lo que aporta el nombre que le damos y el concepto que lo describe, sino que es necesario experimentar la realidad de aquella autoridad, y de esta experiencia, sólo de ésta, producir después un concepto y un nombre adecuados. Se observa a primera vista que las cosas son así. Está claro que sólo existen las cosas individuales, este hombre que tengo delante existe, mientras que el concepto de humanidad no es un ente que esté en parte alguna.

Pedro Abelardo
Pedro Abelardo.
Gran adversario de los nominalistas fue Anselmo de Aosta (1033-1109), defensor de la existencia de los universales. Cuando Dios creó el mundo lo hizo según ciertas formas, de modo que todos los seres humanos son similares y también todas las plantas, etc., por consiguiente los universales son las ideas con las que Dios pensó la creación, y por tanto son reales (de ahí el nombre de realista para los defensores de esta posición), más aún, son lo más real que existe, eternos e inmutables, respecto a las cosas concretas, transitorias y finitas. No hace falta ser creyente para comprender la fuerza del razonamiento de san Anselmo. Es cierto que el hombre da nombre a las cosas, pero este hombre da nombre a las cosas, pero este nombre es algo más que un simple hálito de la voz. El concepto de verdad, por ejemplo, no puede decirse ciertamente que exista como existe una silla, pero tampoco puede ser cambiado por convención; no basta decir "es la verdad" para que sea verdadero. En un cierto sentido cuando la realidad y la palabra no se corresponden, es a menudo la realidad la que debe cambiar; una tesis científica es verdadera si obedece al concepto de verdad, y no al contrario. O aún, la libertad no es una idea que dependa de quien pronuncia la palabra, no puede esclavizar a un hombre y después decir "esto es libertad". He aquí lo que se oculta bajo la disputa, algo abstrusa, de los universales: un orden social injusto sigue siendo un orden o ¿debería ser llamado desorden? Y un soberano que no procura el bien del pueblo sino su propio interés obedece al concepto de soberano ¿o es un tirano que se debe derrocar?

Anselmo proporcionó también pruebas de la existencia de Dios. Algunas, contenidas en el Proslogion, son típicas deducciones de la existencia de un Creador a partir de la existencia de lo creado. Más interesante es la conocida con el nombre de argumento ontológico, elaborada en el Monologion, sobre todo porque es un claro ejemplo de la lógica de los realistas. La demostración arranca de la constatación de que en la mente de cada ser humano, creyente o no, está presente el concepto del "ser del que nada puede pensarse mayor que él". Si nosotros pensamos que este ser existe sólo en nuestra mente no lo pensamos verdaderamente como el más grande, sino que más bien dejamos la posibilidad de que exista uno mayor todavía, que exista tanto en el pensamiento como en la realidad.

En consecuencia no se puede pensar el concepto del "ser del que nada puede pensarse mayor que él" sin pensar que sea necesariamente existente en la realidad; pero como el concepto del "ser del que nada puede pensarse mayor que él" está presente en todos los hombres, éste debe existir. Así, san Anselmo da un paso verdaderamente atrevido; nunca antes se había intentado demostrar sólo con la razón la existencia del Ser supremo. Probablemente sin quererlo, abrió el camino a la convicción de que la razón humana debiera no sólo mirar las cosas, sino también juzgarlas y, si es necesario, cambiarlas.

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