miércoles, 21 de agosto de 2013

Platón y la teoría de las ideas

Un hombre sentado observa el camino que tiene ante sí. Ve a un mendigo que es socorrido, alimentado y vestido, y piensa: "Ésta es una acción justa." Después ve a un anciano que carga sobre sus espaldas con un pesado saco y a un joven desconocido que le sale al encuentro y se ofrece a ayudarlo y llevarle la carga, y también entonces piensa "ésta es una acción justa". Pero, ¿por qué define con el adjetivo "justa" dos acciones que no son iguales? ¿Cómo explicar lo que estas dos acciones diferentes entre sí y realizadas por personas distintas tienen en común? Tal es la pregunta a la que trata de dar respuesta el mayor filósofo de la Antigüedad: Platón (h. 427 - h. 347 a.C.), único filósofo griego del que se conservan de forma íntegra sus obras, unas 36 entre cartas y textos filosóficos. Platón prefirió casi siempre dar a sus textos la forma de diálogos y además casi todos tienen como protagonista a Sócrates acompañado de diversos interlocutores, cuyos nombres a menudo dan título al diálogo.

Partenón de Atenas. En esta ciudad nació Platón y en ella trabajó casi toda su vida, aunque pasó breves períodos en Megara, Tarento y Siracusa.

Nacido en el seno de una aristocrática familia ateniense el joven Aristocles -apodado "Platón", del griego platón, "amplio", tal vez por su corpulencia-, recibió una excelente educación: pudo leer y escuchar a los filósofos, viajar bastante y prepararse también para la vida política, algo natural en un noble. Le impresionó en gran manera ver que en su amada patria, Atenas, los ciudadanos no eran capaces de construir una ciudad justa y estable y, en cambio, parecían moverse de error en error o, en el mejor de los casos, a ciegas. En ver de dar la razón al sabio Sócrates, que predicaba la virtud o defendía el empleo de la razón, lo condenaron a muerte y prefirieron a los sofistas que no querían saber nada de la virtud. A la guerra, que amenazaba con destruir no sólo Atenas, sino el resto de ciudades griegas, no supieron oponer paz y estabilidad, y en vez de confiar en el conocimiento racional, prefirieron repetir viejas fórmulas religiosas o recurrir al mito.

Somos como los prisioneros de una caverna -escribió Platón- cuyas cadenas les constriñen y les obligan a contemplar tan sólo la pared de roca que tienen ante sí. Cada cierto tiempo alguien o algo pasa por el exterior y la luz del sol proyecta la sombra sobre la pared. Esos seres encadenados ven sólo sombras y, como no pueden girar la cabeza hacia la entrada de la cueva, las toman por la única realidad. Pero si pudiesen desatarse de sus ataduras, levantarse y salir, entonces verían que aquellos que tomaban como real era tan sólo una imagen proyectada, nada más que un simulacro (una copia engañosa) de la verdad. Tenía razón Sócrates -concluye Platón- al pensar que a los seres humanos les iría bien despertarles de su sueño, enseñarles a pensar y a no tener miedo de las dudas, pero -añade- no es suficiente con que duden, también es necesario que aprendan el modo de conocer la verdad para poder seguirla. He aquí replanteada la eterna cuestión de la filosofía: ¿qué es la verdad?

Platón pone un ejemplo muy simple. Una mesa es una mesa, o mejor, este objeto que tengo ante mí, con una altura de más o menos un metro, con cuatro patas de madera, etc., es una mesa y, sin lugar a dudas, esto es verdad. Sin embargo, no es la única mesa que existe en el mundo y las demás también son "meses" igual que la que tengo enfrente. Con todo, no son idénticas, una es grande y otra pequeña, una de madera y otra de metal, una con cuatro patas y otra con tres, etc. Además, a una mesa imaginada o pintada también se la denomina "mesa", aun cuando no exista en la realidad. Esto ocurre porque todas las mesas tienen en común algo que no es material, una determinada forma abstracta a imagen de la que se construyen todas. Una idea general de cómo debe ser un objeto para que sea una mesa se halla presenta en la mente de quien lo construye, y esta idea no se asocia a una características específica ya que, como habíamos dicho, en la realidad las mesas pueden ser muy diferentes unas de otras. Según Platón, esta idea existe para todos los "entes" (objetos concretos o abstractos): es su esencia y conocerla significa conocer la verdad de aquel ente.

Conocer las ideas sería también la mejor garantía para una vida justa. Platón estaba convencido de que los seres humanos no yerran en sus acciones por maldad sino por ignorancia. En filosofía se suele decir que Platón defiende la identidad entre ética y conocimiento, de tal forma que si los seres humanos conocen el bien sabrán llevarlo a cabo. No es que el filósofo crea que los seres humanos sean buenos por naturaleza, percibe muy bien que con frecuencia el mal nace del hecho de anteponer el propio interés al ajeno, sólo está convencido de que también esta "maldad" depende de la ignorancia, de la falsa suposición de que existen muchas formas individuales de bien, opuestas unas a otras, cuando en realidad sólo hay una idea de bien que es común a todos los hombre.

Establecido esto, el problema consiste en saber cómo conocer las "ideas" y qué relación puede existir entre éstas y los entes creados en nuestra imaginación. Volvamos al ejemplo del principio. ¿Quizá la idea de justicia, por la que decimos que tal o cual acción es justa, provenga de la observación? La justicia, ¿es la suma de todas las acciones justas? ¿Es la mesa la suma de todas las mesas pasadas, presentes y futuras e incluso las imaginadas? Nosotros encontramos sólo casos particulares de justicia y objetos concretos que son mesas, nunca la idea de justicia y objetos concretos que son mesas, nunca la idea de justicia ni la de mesa. Y ni siquiera puede decirse que la idea sea la suma de todos los objetos, ¿quién podría realizar esa suma infinita? Y aunque fuera posible, ¿cómo sumar todas las acciones justas sin emplear una idea de justicia? Para Platón tan sólo hay una solución: las ideas existen con anterioridad a las cosas y a los entes; mejor dicho, existen desde siempre y la realidad es una especie de infinita colección de copias de aquellas ideas originarias, eternas e inmutables de las que un demiurgo (un "divino artesano") extrae un gran número de copias singulares, diferentes unas de otras, de todo lo que existe o existirá en la naturaleza.

Platon
Retrato de Platón, único pensador de la antigüedad del que se conservan íntegramente sus obras. De su extensa producción destacan los Diálogos.
Platón reconoce que poseemos varios géneros de conocimiento, pero niega que todos tengan el mismo valor. Dado que los entes son copias variables de las ideas, aunque uno los conozca perfectamente no alcanzará con ello la verdadera sabiduría; como quien pretendiese que por conocer muy bien a un amigo suyo puede afirmar que sabe cómo es el ser humano. Esto significa que los cinco sentidos de los humanos no son suficientes para el conocimiento filosófico. La vista, el oído, el tacto no nos presentan nunca las ideas en su pureza, sólo nos muestran copias materiales, tal vez exista entonces otro órgano para el conocimiento, pero ¿cuál? Platón, el discípulo de Sócrates, no tiene dudas: es la dialéctica, el razonar crítico que Sócrates le enseñó. El ser humano no nace como una hoja en blanco (una tabula rasa) sino que en él existe un determinado saber. En realidad no se trata de una ciencia, sino más bien de un conocimiento confuso, como si se tratase de algo que uno sabe pero que ha olvidado. En el fondo, al menos para las cuestiones más simples, todos estamos capacitados para reflexionar y recordar con claridad ciertas ideas elementales no sólo de objetos (mesa, hierba, agua), sino también de relaciones (igual, diferente, mayor) y de principios lógicos (el todo es mayor que las partes, o bien: el efecto no puede anteceder a la causa).

La dialéctica viene a socorrer a esta especie de memoria. Si Sócrates la empleaba para invitar a los seres humanos a deshacerse de sus prejuicios, Platón no la limita a esta función pedagógica, sino que la entiende como un verdadero método de conocimiento o, mejor dicho, como el único modo de alcanzar el conocimiento de la verdad.

La realidad en la que vivimos es ciertamente, como sostenía Heráclito, un depósito de contradicciones, y nosotros somos inducidos a creer ora una cosa ora su contrario, sin poder aferrarnos nunca a algo firme. Intuimos que debe existir una vía para salir de tal confusión, pero no acabamos de recordar cuál es. Sólo tenemos un indicio: los entes son a imagen y semejanza de las ideas, y las ideas son las esencias que los entes despliegan en una serie infinita de variaciones. Bastaría con que los seres humanos no se dejaran guiar por la experiencia, sino por esa especie de memoria de la que se ha hablado, para ir más allá de las apariencias hacia el reino de las ideas (hiperuranio, literalmente "que está más allá del cielo"). Antes, cuenta el filósofo, todas las almas de los seres humanos estaban libres de la prisión del cuerpo y podían contemplar no los objetos, sino las ideas mismas. Sin embargo, algo las ató a los cuerpos mortales, aprisionándolas en el mundo cambiante y confuso de las sensaciones y de las opiniones, privándolas de este modo del conocimiento que habían adquirido.

Para retornar ese conocimiento, la única vía que se ha de recorrer es el procedimiento que confronta los pensamientos que poseen los seres humanos, que pone en diálogo (de aquí dialéctica) conocimientos contradictorios entre sí, y de esta contradicción extrae una unidad válida para todos y para siempre, aquella verdad que se expresa, precisamente, como idea.

Platón es el único filósofo de la Grecia clásica del que se conserva casi toda su producción. Del pensador ateniense poseemos 36 textos: una Apología de Sócrates, 13 Cartas (con algunas dudas sobre su autenticidad) y 34 Diálogos.

Entre los primeros diálogos cabe mencionar el Protágoras y el Menón centrados en el tema de la virtud y en los que Platón formula la noción de forma o idea y la teoría de la reminiscencia; el Banquete sobre el amor, el Fedón, donde se propone una demostración racional de la inmortalidad del alma. Entre los diálogos mayores se encuentran el Parménides, la República y el Timeo.

La preferencia por escribir diálogos -en vez de tratados o ensayos y, menos aún, poemas en verso como Parménides- tiene una motivación filosófica comprensible a la luz de lo antes expuesto. Si conocer es recordar y si este recuerdo prende como una chispa en el alma cuanto ésta, liberada de la cárcel de las sensaciones y de las opiniones, retorna a dialogar consigo misma, he aquí que el diálogo platónico es una suerte de imitación del intenso diálogo interior que el alma mantiene consigo misma. Los diálogos de Platón son dialécticos aunque no en el sentido de que presenten una verdad acabada, sino que permiten seguir los pasos necesarios para reconstruirla, no definiéndonosla, sino conduciéndonos por el camino del conocimiento.

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