Según Aristóteles, que elaboró esta reconstrucción, los "mitos" eran las narraciones que permitían al ser humano orientarse en el mundo natural y espiritual, como si éste estuviese regido por seres antropomórficos, es decir, dotados de intención y voluntad propia. Esta actitud científica consistirá en la convicción de que el cosmos está regido por leyes estables y cognoscibles, al menos en principio, para cualquiera que desee conocerlo racionalmente. ¿Qué significa "racionalmente"? La civilización griega, en la que se desarrollaron estas ideas, surgió del encuentro, y con frecuencia del choque, entre diversas culturas.
Individuos que no tenían nada en común unos con otros, ni siquiera una misma lengua, debieron darse cuenta, con el devenir de los encuentros y el progreso en los asuntos económicos y culturales, de cómo pese a todas estas diferencias tenían algo en común. Podían estar en desacuerdo, por ejemplo, sobre cuál era la divinidad propicia antes de emprender un largo viaje, pero sus embarcaciones respetaban ciertas formas para hacerlas más aptas para la navegación. Ahora bien, precisamente esta necesaria universalidad de las "formas", según la cual determinadas ideas funcionaban y otras no, podemos decir que es el modelo de la racionalidad, en contraposición a la pluralidad indiferente de las creencias religiosas y de las explicaciones míticas. Así, el estudio sobre qué son y cómo funcionan estas "formas" universales y por qué los seres humanos deben obedecerlas para tener éxito en el intento de dominar el mundo natural, tomó el nombre entre los antiguos de amor (filo-) al saber (-sofia).
Está claro que la filosofía no fue ni la primera ni la más importante de las ciencias griegas. Basta con pensar en los progresos de la agricultura, la geografía y la arquitectura, o incluso en inventos y técnicas abstractas como la escritura y la contabilidad comercial, para darse cuenta de por qué llegó a ser la última. Otra característica la distingue de sus hermanas y le ha dado fama: si todas las disciplinas particulares estudiaban las "formas" de los objetos que les interesaban, la filosofía, por contra, buscaba descubrir cuáles eran las "formas" en general, no una determinada particularidad técnica, sino la esencia de todas las técnicas. Si los médicos, por ejemplo, se preocupaban por saber cuál era el remedio adecuado para la fiebre, los filósofos buscaban conocer el secreto de la vida misma, de la enfermedad y de la muerte. La filosofía fue casi al mismo tiempo la más improductiva de las ciencias, si se juzga por la utilidad de sus descubrimientos, pero también la más importante de todas ya que empezó a revelar al ser humano la esencia de las cosas. El artesano o el marinero, aunque hubieran tenido tiempo de estudiarlas, no podían confiar en sus teorías, pero el terrateniente y el hijo de las familias nobles encontraron un gran interés en la especulación filosófica. Debía parecerles que podían dominar el universo si conocían sus leyes, y que podían liberarse de una vez por todas del miedo que nace de la ignorancia y de la fatigosa lucha por arrancar a la naturaleza los bienes y las riquezas. Por este motivo llamaron "filosofía" a todo lo que no era ni se refería a un trabajo práctico. La aritmética y la medicina eran "filosofía" y también la física, la ética y las leyes del estado. En fin, los filósofos distinguieron en el ser humano la capacidad "hacer" de la facultad de "pensar", y en su escala de valores colocaron a la segunda en un lugar más elevado. No es una casualidad que la filosofía se centrase en un primer momento en la relación entre hacer ("ser" y "devenir" en la terminología específica) y pensar ("conocimiento"). El mundo natural y la inteligencia humana fueron sus primeros temas de estudio ya que descubrir la "forma" -así debieron de razonar los antiguos- significaría en cierta medida erigirse en dueños y señores, dejar de ser atemorizados adoradores de extrañas y caprichosas divinidades para convertirse en seres adultos que conocen la causa de los fenómenos y saben cómo defenderse de ellos o incluso utilizarlos. Frente a semejante ataque racional, el mito, el relato fantástico, la poesía, debieron retroceder.
¿Para qué imaginarse que Cronos era un dios airado que devoraba a sus hijos tratando de evitar que pudiesen destronarlo si los filósofos empezaban a dominar el tiempo con otros instrumentos conceptuales? ¿Para qué enseñar a los niños la leyenda de la serpiente Ofión, de cuyos dientes surgieron los primeros seres humanos, si los filósofos podían ofrecer una explicación racional de la vida y de la muerte? De este modo, el poder científico sustituyó a la imaginación religiosa, el discurso racional al mito. Sin embargo, este último no desapareció del todo, ya que tras la nueva apariencia racional y filosófica se mantuvo vivo el fuego del mito, el cual se convirtió en receptáculo de todo lo que no tenía explicación, o sea de lo irracional.
La filosofía, que creía haber vencido de una vez por todas a su adversario, descubre que éste es como una sombra que siempre lo acompaña, una especie de negativo de la luz que ella proyecta sobre la existencia de las cosas. Podría decirse que desde entonces la historia de la filosofía no será más que un esfuerzo, renovado una y otra vez, por eliminar de sí lo irracional, extendiendo los confines del saber hasta no dejar nada fuera o modificando el concepto mismo de racionalidad de tal modo que no incluya lo irracional. De hecho, la lucha todavía continúa.
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