La filosofía medieval no goza de buena fama. Sus problemas parecen poco interesantes, oscuro el modo en que son tratados y caducas las soluciones propuestas. Ésta es sólo una verdad a medias en la que se entremezclan errores.
Bajo el aspecto de discusiones tan complejas como inútiles (se suele decir "sobre el sexo de los ángeles"), se esconden problemas esenciales, como el de la libertad individual, el poder y el progreso científico. Sólo que la situación del mundo social -el hundimiento del Imperio, las invasiones bárbaras y, sobre todo, la decadencia progresiva de la economía esclavista- influye profundamente sobre el modo en que los hombres reflexionan sobre sí mismos y sobre su historia; todo se transforma y la filosofía sigue, como puede, el devenir.
Dado que el instrumento de la filosofía es el lenguaje, será éste el que sufrirá las mayores transformaciones: los términos de las cuestiones cambian de nombre. Ya no se discute, por ejemplo, sobre la relación entre conocimiento y virtud, desaparece, por así decirlo, la pregunta de si para crear un buen ciudadano es necesario también hacer de él un hombre culto; y en cambio se plantea la pregunta de si cuentan más la fe en Dios o las buenas obras, para ganar la salvación del alma. Parece como si, en la filosofía medieval, cada dilema humano recibiese nuevas palabras y una nueva formulación. En este contexto cabe situar las Etimologías (630) de Isidoro de Sevilla (h. 560-636), cuyos veinte libros abarcan la totalidad del saber a partir del análisis de los nombres. Quizá el acontecimiento que mejor resume el estado de cosas es la nueva institución cultural de la edad media: el monasterio. Nacido para organizar la vida de los monjes dedicados al estudio, el monasterio se convierte con el tiempo en una entidad cada vez más autónoma. En su interior se produce lo necesario para vivir, se fundan escuelas, se conservan los libros y se debaten los problemas del momento. No por elección, sino por falta de alternativas los monasterios se convierten a menudo, en los siglos más turbulentos, en el único punto de referencia para todas las actividades. Del comercio a la formación del personal administrativo de los distintos reinos, de la ciencia a la predicación, todo se desarrolla, o por lo menos tiene su origen, en su interior. Y la filosofía no queda abandonada sino que también es acogida entre sus muros.
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