jueves, 14 de noviembre de 2013

Fenómeno y noúmeno

La solución kantiana a la cuestión sobre las condiciones del conocimiento generó muy pronto una serie de problemas. Se hizo evidente que la distinción entre fenómenos y noúmenos, entre objetos de conocimiento y cosa en sí, era tan indiscutible como peligrosa. Es difícil negar el alcance de la revolución kantiana, negar que conocer no signifique captar una esencia última oculta bajo las cosas, sino introducir observaciones y experiencias dentro de esquemas perceptivos (las intuiciones puras espaciales y temporales) y mentales (las categorías) mediante las cuales pueda reconocerse un orden en los objetos de conciencia. Pero si los objetos de experiencia son la única cosa que podemos conocer, ¿es posible afirmar que no exista más?

Fenomeno noumeno

Kant respondió, como se ha visto, que los objetos de experiencia tienen, en cierto sentido, un doble estatuto: en cuanto su forma dependen del sujeto, que lo constituye, mientras que considerados como contenidos, como datos, son representaciones de las cosas. Tenemos, pues, dos niveles distintos: en el primero están las cosas en sí, especie de ideas platónicas bajadas al mundo, que se pueden llamar, con terminología filosófica, las esencias y las sustancias de los objetos. Este primer nivel es incognoscible; no existe según Kant una vía de acceso directa del intelecto a las esencias porque el intelecto sólo puede operar sobre los datos de la experiencia, y de las esencias no se tiene experiencia. Por el contrario, en cuanto objetos de conocimiento y experiencia; los objetos no sólo se presentan ante nuestros sentidos, sino que también son inteligibles. Así, de la idea de gravedad no sabemos nada, la gravedad en sí nos es desconocida. Pero los fenómenos y las manifestaciones con arreglo a una ley que nos permita conocerlos y comprenderlos plenamente.

Dicho esto podemos preguntarnos -en cierta medida como ocurría también en la teoría platónica de las "ideas"- qué relación existe entre fenómenos y cosa en sí. Si consideramos que la cosa en sí es el verdadero objeto del conocimiento, entonces la filosofía kantiana deviene una suerte de escepticismo, en cuanto a que el hombre nunca alcanzará el verdadero conocimiento y deberá limitarse a "poner orden" en el mundo caótico y siempre cambiante de las apariencias y los fenómenos sin poder nunca "alargar las manos" sobre la esencia oculta, que es el origen sustancial del mundo. Es la posición, por ejemplo, de dos geniales intérpretes kantianos como Gottlob Ernst Schulze (1761-1833), considerado el "escéptico" entre los kantianos porque de la incognoscibilidad de la cosa en sí derivaba un escepticismo tolerante como muestra su Enesidemo (1792), y Salomon Maimon (1753-1800) seudónimo de Salomon ben Joshua, autor de un Ensayo sobre la filosofía trascendental (1790), publicado con la aprobación del mismo Kant. Según estos autores, la conclusión de todos los esfuerzos de Kant es simplemente la constatación de que la ciencia es exactamente como la había descrito Hume: un conjunto de creencias probables, útiles y convincentes, nada de hipótesis a verificar. Una ciencia no de los objetos sino de las representaciones que el hombre se hace de éstos, ya que los objetos por sí mismos, como demuestra Kant, son incognoscibles.

Otra posible respuesta a la cuestión inicial utiliza la diferencia entre fenómenos y cosa en sí para delinear una distinción también en el conocimiento. La ciencia, es decir el campo de trabajo del intelecto, es fruto, como mostró Kant, de la relación entre experiencia de los fenómenos y actividad sintética del intelecto, por lo que es válida y coherente sólo dentro del ámbito limitado de lo que se puede experimentar. Pero existe también otro órgano de conocimiento, la razón. Y ésta no está ligada a la experiencia sino que accede directamente a la esencia, a las cosas en sí. La razón, según Friedrich Heinrich Jacobi (1743-1819), responsable de este modo de entender la filosofía kantiana, no tiene necesidad, como la experiencia y el intelecto, de representarse el mundo según sus propias reglas, no tiene necesidad de representarse cada cosa en el espacio, en el tiempo y dentro de las categorías lógicas de causa-efecto, unidad-multiplicidad, etc. Por el contrario, ella "mira" la esencia del mismo modo que los cinco sentidos "miran" los fenómenos e intuye (es decir, "lleva dentro de sí" la verdad.

Esta duplicidad del hombre, constreñido entre la potencia de la ciencia, que, sin embargo, deja sin respuesta preguntas fundamentales (bien, felicidad, existencia de Dios, justicia, etc.) y la intuición que a pesar de todo y en cierto modo debe ser posible razonar incluso sobre temas que no encuentran soluciones y demostraciones en la experiencia, marcará de por sí el camino de la filosofía. Se ha cavado un surco entre el sujeto (el hombre) y el objeto (las ideas, las cosas), como si un encantamiento hubiese ocultado las relaciones que los unen. El hombre sigue produciendo sus objetos (cosas, ideas, imágenes) y sigue siendo también producto de los objetos, sigue obrando en base a pensamientos, recibiendo una educación, viviendo en sociedad, etc. Pero el reconocimiento de este doble vínculo ha devenido, por primera vez, un enigma sin solución aparente.

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