Hegel no fue el filósofo del acuerdo. Para él la historia era la historia de un Espíritu batallador, que para conocerse debe conquistar con la fuerza el sentido de su propia experiencia. El modelo de la Revolución francesa de 1789 sigue fijo. El Espíritu lucha por conquistarse a sí mismo a través de las violentas vicisitudes humanas.
Napoleón al paso del Gran San Bernardo (1800), de Jacques-Louis David (1748-1825). Para Hegel el general encarna un modelo de monarca constitucional adecuado a su época. |
La tarea del filósofo es ayudar al Espíritu, reconstruir el sentido de las distintas fases de su historia. Hegel se dedica a esta tarea en una serie de obras muy importantes, algunas de ellas publicadas póstumamente: La constitución de Alemania (1801-1803), los Principios de la filosofía del derecho (1821), Lecciones sobre la filosofía de la historia y la Estética. Particular interés merecen actualmente sobre todo la Filosofía del derecho y la Estética. Esta última, compuesta a partir de apuntes tomados por los estudiantes de las lecciones del maestro, es una poderosa obra de reconstrucción de todos los estadios y campos de la actividad artística.
Basada en la convicción -aún hoy en el origen de muchas teorías del arte contemporáneo- de que los problemas del arte se entienden como contradicciones generadas por el encuentro entre ciertos contenidos espirituales (individuales y sociales) y las formas a través de las cuales estos contenidos pueden llegar a expresarse. Según Hegel, el Espíritu ha encontrado en el arte un modo de alcanzar el conocimiento de sí mismo, pero este "modo" no es el único ni absoluto, es más bien relativo a ciertas condiciones; superadas éstas puede y debe sustituirse por otros modos, en el orden de la religión y finalmente de la filosofía. El arte moriría así de muerte natural, sustituido por grados más concretos de realización del Espíritu.
El conocimiento de estos grados es llamado por Hegel saber absoluto. Es fácil intuir por qué. El saber no absoluto es el saber relativo a un punto de vista particular, es aquel que se somete todavía, como decíamos, a la idea de que lo que se actualiza en la historia es una potencia extraña a él y no cognoscible.
Esto es verdad en lo que concierne a los individuos particulares, que no pueden nada; pero observada desde el punto de vista del Espíritu mismo, de lo Absoluto, se descubre que la potencia extraña no es otra que el Espíritu mismo que no ha llegado todavía a conocerse y reconocerse.
La sensación de vértigo que se experimenta al seguir las vueltas y más vueltas de la dialéctica hegeliana no es rara, sino que pertenece a su esencia continuamente en movimiento entre contradicción y mediación de la contradicción. Uno de los ejemplos más clásicos se puede extraer de la Filosofía del Derecho.
Este texto contiene la afirmación según la cual "lo que es real (que existe) es racional (verdadero); lo que es racional (verdadero) es real (existe)". A primera vista parece absurdo. Existen situaciones que no son en absoluto racionales, Hegel mismo nos explica que toda situación es también irracional, en cuanto posee elementos contradictorios. Y, por otra parte, más extraña aún suena la afirmación según la cual todo lo verdadero debe existir necesariamente.
Refiriéndonos todavía a nuestro ejemplo: la esclavitud, dado que existe, ¿es también racional? Y la libertad que es racional, ¿existe en todo el mundo? Como se ve hay dos tipos de respuesta, una, digámoslo así, reaccionaria y otra revolucionaria; si tomamos la afirmación hegeliana de la identidad entre real y racional en sentido estático podemos concluir que la esclavitud fue, para los tiempos antiguos, racional, y que la libertad, ya que pertenece al espíritu y no a la materia, existe también en las sociedades totalitarias e injustas. Sin embargo, hay otro modo de entender las cosas, basta considerar cómo los términos "real" y "racional" son ellos mismos conceptos dialécticos, llevan en su interior contradicciones que deben superar.
Podría decirse también que, ya que no es racional, la esclavitud estuvo presente sobre la Tierra pero no fue real, no fue obra del Espíritu, o que un estado en que los ciudadanos no son libres, en el sentido de que aun existiendo puede, y debe, ser abatido por el Espíritu en el curso de su devenir. Real y racional es una identidad de cosas no idénticas. Es por tanto una identidad densa de contradicciones y en continuo movimiento.
Es preciso tomar nota de la identidad de sociedades esclavistas y estados totalitarios, pero al mismo tiempo descubrir que en ellos el Espíritu no es idéntico (es decir, está en contradicción) consigo mismo, ya que por una parte domina y por otra es dominado como si no fuera un Espíritu sino dos. El alcance crítico de la filosofía hegeliana puede así entenderse claramente. Al poder se le ofrece obediencia en cuanto es, como todo lo que existe, una etapa de la historia del Espíritu. Pero él debe dar prueba de ser racional, de procurar en última instancia la máxima felicidad posible al mayor número de personas, porque si no es racional pierde el derecho de ser real y debe ser derrocado, como le ocurrió a la monarquía absoluta en Francia.
Sobre esta dialéctica se dividirán los discípulos de Hegel en una derecha reaccionaria y en la denominada "izquierda hegeliana", de la que formará parte el joven Karl Marx.
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