viernes, 15 de noviembre de 2013

El romanticismo alemán

A finales del siglo XVIII la mayor monarquía europea, la francesa, es derrocada por una revolución política y social (revolución francesa). Suele hacerse coincidir este acontecimiento con el inicio de la era contemporánea: lo que acontezca en dicha era tendrá efectos y consecuencias hasta hoy (éste es el significado de contemporáneo). En el arco de treinta años a lo sumo se pasa de las insurrecciones populares de 1789 a la marcha triunfal del ejército napoleónico, de la monarquía hereditaria a formas ampliadas de participación popular en el gobierno de los países, de una economía que se desarrolla en el interior de los distintos reinos al éxito de la gestión nacional de los recursos económicos.

Romanticismo aleman

La época ilustrada, caracterizada por una gran necesidad de dogmas y creencias injustificadas y por el valor de poner en duda y someter a crítica cualquier institución existente "entre cielo y tierra", llega a su fin. Los hombres advierten que la inteligencia no es la única fuerza que actúa en el mundo y en ellos mismos, y que incluso a menudo son elementos difícilmente definibles los que guían los destinos de la humanidad. El mundo entero dirige su mirada a las vicisitudes francesas -pero también a las que perturban los lejanos países de América del Norte- con mezcla de admiración y temor. Las fuerzas sublevadas son demasiado potentes para dominarlas apelando a la razón crítica. O se coloca al lado de la razón la validez de emociones, necesidades y deseos, o la idea misma de razón debe revisarse hasta que comprenda también fuerzas como la tradición, el pueblo, la economía, la libertad, el miedo y la guerra.

El romanticismo, a grandes rasgos, podría describirse como una revolución del concepto de razón. Naturalmente, como sucede en todas las revoluciones, con frecuencia y sobre todo al inicio, prevalece el deseo de oponerse totalmente a la situación anterior. Tenemos así el uso común del término romántico para indicar, como recoge el diccionario, todo aquello que es "sentimental, de índole apasionada o inclinado a la melancolía y a la evasión fantástica". Pero la contraposición rígida entre una Ilustración dominada por la fría luz del intelecto y un romanticismo todo sentimiento, humores y pasiones, carece de fundamento. Como hemos visto, la importancia de las pasiones humanas es subrayada por autores como David Hume o Jean-Kacques Rousseau: no es, pues, legítimo reducir las ideas románticas a la celebración del sentimiento contra la razón. Otras ideas forjadas en la mente de filósofos, poetas y hombres de cultura marchan junto a los ejércitos napoleónicos; la fuerza de la tradición, que distingue a un pueblo del otro y se concreta en la existencia de distintas naciones; el devenir de la historia, que cambia incluso cuando parecía más sólido; la fantasía del individuo, que crea las más altas esperanzas; el sentimiento de la compleja unidad, que une el universo; la fe en una época nueva. Es significativo que el romanticismo sea la época de las teorías del arte. En la actividad humana que crea lo bello se dejaba entrever esa libertad que prescinde de las circunstancias externas que el romanticismo anhelaba alcanzar, pero también, al mismo tiempo, la conciencia de que una obra verdaderamente lograda no es la que se abstrae de todo, sino la que logra penetrarlo todo, representando en un fragmento la totalidad.

Junto a grandes artistas como Johann Wolfgang Goethe y Friedrich Schiller, hallamos filósofos de la historia como Johann Gottfried Herder, teólogos como Friedrich D. E. Schleirmacher y filósofos del valor de Karl Wilhelm Humboldt, estudioso de cuestiones políticas (estado, nación e historia), sociales (el lenguaje y las formas culturales) y estética. Todos ellos personalidades muy distintas, que sin embargo compartieron algunos puntos importantes.

En primer lugar, la idea de la finitud del hombre y del restringido horizonte en que está obligado a vivir contrapuesto a las grandes esperanzas que habitan dentro de él. La idea de la distancia entre la aspiración a lo infinito y los límites demasiado angostos en que se mueve la ciencia rigurosa y crítica, como había mostrado Kant. En consecuencia, la rebelión contra la pretensión de que la ciencia sea la única forma de conocimiento y la convicción de que el universo más que regirse por teoremas matemáticos y físicos es un gran organismo donde cada parte, incluso la menor, vive y respira en consonancia con todas las demás. La naturaleza deja de ser el mecanismo perfecto cartesiano y kantiano, para ser concebida como una suerte de unidad y totalidad donde cada elemento recibe sentido y fuerza gracias a todos los demás y donde reina un eterno fluir de polaridades opuestas: vida y muerte, felicidad y dolor, forma y materia. La naturaleza no es un libro escrito por Dios, sino el eterno transformarse de Dios que deviene mundo y lo diviniza, de modo que la razón no capta su verdad reduciéndola a fórmulas, esquemas y definiciones. La filosofía de la naturaleza deja de ser en el romanticismo la parte "terrena" de la filosofía de las ideas y del intelecto; si el hombre es naturaleza que se hace historia, naturaleza que toma conciencia de sí misma, naturaleza que aspira a lo infinito, a estar toda en todas partes o cada parte en el todo, la reflexión sobre la naturaleza es la más importante de todas. He aquí por qué el romanticismo pudo unir el aspecto fantástico y sentimental a la más moderna reflexión sobre la influencia que la sociedad y la historia ejercen incluso en las más íntimas funciones del alma humana, y entiende la poesía como educación (paideia) para crear y formarnos a nosotros mismos y formar el mundo según el sentimiento de la totalidad.

Totalidad es una de las palabras clave para comprender el Romanticismo, y denota también un concepto de tránsito de ésta orientación a la corriente filosófica dominante del período: el idealismo. Pro totalidad se entiende un conjunto de elementos que no pueden separarse uno del otro, o que, una vez separados, no son nada. Mientras, por ejemplo, se puede quitar una piedra de la orilla de un río, y sigue siendo la piedra, no es posible separar los miembros de un organismo de su conjunto sin deteriorarlo y, quizá, sin poner en peligro su vida. El hombre es una pequeñísima parte de un organismo del que participa, como todo lo demás. La diferencia sustancial entre el hombre y las criaturas y objetos restantes radica en que el hombre, al estar dotado de razón y sentimiento, puede intentar conocer las relaciones que vinculan todas las partes y captar completamente su íntima unidad.

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