David Friedrich Strauss, fundador de la izquierda hegeliana. |
Entre los discípulos de Hegel el debate adquirió la forma de una discusión sobre la esencia del cristianismo. El primero en tomar posiciones fue D. F. Strauss (1808-1874), considerado el fundador de la izquierda hegeliana, corriente que acentúa el alcance crítico de la dialéctica histórica, contrapuesta a la derecha, empeñada en una suerte de inmovilización de las doctrinas del maestro.
El más importante de los jóvenes hegelianos (así era conocida también la izquierda hegeliana) fue sin duda Ludwig Feuerbach (1804-1872). Sus textos, dedicados a la Esencia del cristianismo (1841) y a la Esencia de la religión (1846), muestran uno de los desarrollos más radicales de la tesis expuesta por Hegel en la Fenomenología del espíritu. Hegel había mostrado cómo el hombre adquirió conciencia de sí mismo a través de sus producciones, materiales y espirituales. El Espíritu, en la terminología hegeliana, debe objetivarse en algo que no es Espíritu, un objeto, una obra de arte o una institución política: una vez realizada esta escisión de sí, puede contemplarse en el objeto como un espejo y reconocer su propia obra. Si esto no sucediera el Espíritu y la conciencia mantendrían una unidad absoluta, pero una unidad absoluta no puede reflejarse a sí misma. Incluso los fenómenos más simples de la conciencia presuponen que el sujeto se divida, por así decirlo, en dos partes: una sigue siendo el sujeto que refleja y la otra se convierte en objeto reservado.
Este esquema de la objetivación se encuentra también, según Feuerbach, en el origen de las religiones. La humanidad tiene continuamente naturaleza como de una potencia extraña a sí misma y dado que no logra comprender sus leyes intenta al menos poder entrar en contacto con ella: de aquí nacen las religiones naturales, el mundo de las innumerables divinidades. Seguidamente, a medida que la humanidad avanza en su camino, lo desconocido se vuelve cada vez más conocido y se restringe el espacio para personificar las potencias de la naturaleza.
Pero ahora el hombre tiene miedo de sí mismo; la potencia que debe objetivar en una supuesta divinidad es él mismo. Dios, en efecto, no es más que la suma de todos los atributos que el hombre posee, elevados a la máxima potencia. Dios, según la antropología de Feuerbach, es la proyección en el cielo de los deseos terrenales humanos. El hombre querría que reinase la libertad, y se imagina a Dios Omnipotente, desea conocer el mundo, y así alinea (transfiere) a un dios la idea de un conocimiento perfecto de la naturaleza y de la historia, y así sucesivamente.
Como Feuerbach escribió: "El hombre es la clave para comprender la divinidad, no al contrario".
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