La filosofía de Kant tuvo una notable continuación y desarrollos totalmente nuevos en épocas sucesivas. El retorno de Kant, para citar sólo un ejemplo, constituye el motivo principal del discurso de ingreso a la Universidad de Eduardo Zeller, Sobre el significado y el cumplimiento de la teoría del conocimiento, escrito en 1862.
- Escuelas neokantianas: Baden y Marburgo
El giro decisivo se produce en Alemania gracias a dos escuelas llamadas precisamente neokantianas: la de Baden, cuyos máximos exponentes fueron Heinrich Rickert (1863-1936) y Wilhelm Windelband (1848-1915); y la más conocida Escuela de Marburgo, representada por Hermann Cohen (1842-1918) y Paul Natorp (1854-1924); las últimas consideraciones fueron sintetizadas por Ernst Cassirer (1874-1945).
La herencia kantiana se manifiesta en estos autores con el rechazo conjunto de la psicología y del empirismo positivista entendidos como métodos de investigación científica.
La pura y simple observación de los fenómenos, de la naturaleza o del hombre, no es base suficiente de conocimiento en el campo de las ciencias de la naturaleza (Escuela de Baden) ni las del espíritu (Escuela de Marburgo). La investigación vuelve, pues, a las condiciones de posibilidad del conocimiento científico, como en Kant, pero el acento se pone ahora sobre el conocimiento entendido como empresa humana colectiva. Así, la diferencia entre cosa en sí y fenómeno se transforma en la distancia que existe entre un mundo de valores, objetivos ideales nunca alcanzables de por sí pero siempre presentes como punto de referencia. Para las ciencias naturales el objeto del conocimiento se pone en relación con un objeto ideal, síntesis trascendental de todos los objetos existentes, que no pudiendo captarse completamente con la razón funcionará como ideal regulador de la investigación. Ésta deberá llevarse a cabo como si se pudiera alcanzar la esencia del objeto en cuestión. Un discurso análogo puede ser aplicado, según los neokantianos, al ámbito humanista y filosófico.
Las ciencias humanas por definición no tienen que ver con "datos de experiencia", sino más bien con juicios de valor. No tendría ningún sentido, por ejemplo, organizar la investigación histórica según un principio científico empírico y juicios contradictorios sobre verdad o falsedad. La verificación de los datos, los acontecimientos históricos, las batallas, las elecciones políticas, etc., constituyen sólo una parte del conocimiento histórico. El historiador no tiene que limitarse a reconstruir los acontecimientos, sino que debe intentar penetrar en el significado que tuvieron para la sociedad que los generó, conocer los valores que los convirtieron en expresión y manifestación de los mismos.
La labor de la investigación debería ser, pues, formular juicios orientados en base a valores últimos, no necesariamente explicitados ni presentes en la conciencia de todos los protagonistas, entendidos como criterio, como punto de vista de la organización del relato histórico. Será finalmente una evolución interna a este discurso la que llevará a Cassirer, con su obra La filosofía de las formas simbólicas (1923-1929), a identificar estos valores trascendentales, los valores reguladores de la comprensión histórica, con formas simbólicas de una época y del espíritu en ella dominante.